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El Día de los Mártires en Panamá

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La historia reciente de Panamá ha estado marcada por la fuerte influencia de Estados Unidos, desde luego por el control que ejercía Washington sobre el Canal de Panamá y la zona aledaña. Un creciente sentimiento patriótico empezó a cuestionar más y más la presencia norteamericana. El 9 de enero, estudiantes panameños intentaron izar la bandera nacional en el territorio dominado por EE.UU. y la represión resultó en decenas de muertos. Kairo Abello, entonces con apenas 15 años, cuenta su participación en las acciones masivas de ese “Día de los Mártires” que cambiaría la historia de Panamá.

Luego de reagruparnos nos dimos cuenta de que con piedras no lograríamos nada, así que decidimos regresar más tarde con algunas molotov. No había transporte, nos tomó cierto tiempo volver a nuestras casas. No sabría decir qué hora era, pero cuando finalmente llegamos todavía había luz. Buscamos botellas, particularmente pequeñas para poder lanzarlas más lejos.

Yo vivía en casa de mis abuelos (mis padres se habían mudado a Venezuela) y todos estaban muy alarmados por lo que se oía en la radio. Para volver a salir de casa, pretexté que emitiríamos un comunicado desde el Centro de Estudiantes. Pero en verdad nos reunimos para preparar un par de docenas de molotov. Luego, dimos unas vueltas buscando un sitio para probar su efectividad. Habíamos acumulado más botellas de las que conseguimos armar por lo que me dirigí a una una alcantarilla que pasaba por el patio y la usé como caleta para guardarlas junto a un galón de gasolina. Para ese entonces, logramos hacernos con un carro y nos dispusimos a volver a la 4 de Julio.

Ya había oscurecido cuando regresamos la Asamblea Nacional. Dejamos el carro alejado de la multitud y continuamos a pie. En el camino, un policía le quitó a un compañero una de las bolsas con las molotov. La policía tenía una actitud preventiva, evitando así una escalada de la violencia. Pero el clamor de la gente era que disparasen a los gringos.

En algún momento una patrulla de la Guardia Nacional penetró al área donde estaba la multitud y un oficial parado desde la puerta, en una acción intrascendente pero desesperada, descargó su pistola en el aire. Sobre el eco de los disparos emergió una ovación que reclamaba una participación más activa de la Guardia Nacional contra los soldados gringos. No me consta pero, posteriormente atando cabos de diferentes relatos, el oficial pudo haber sido Omar Torrijos.

Nos turnamos en pares para acercarnos a un pequeño muro perimetral que separaba el patio de la Asamblea Nacional de la avenida y desde allí lanzar las molotov. Vi cómo caían en mitad de la vía y su breve llamarada se extinguía al cabo de un par de minutos. Al otro lado de la vía, los soldados gringos disparaban ocasionalmente sus fusiles. Recuerdo, de manera muy vívida, ver un fogonazo delante de mi e inmediatamente después, a dos metros, sentir caer a un muchacho con la espalda ensangrentada que luego fue llevado a cuestas hacia las ambulancias.

Fue un momento de confrontar la realidad y la sensatez me indicaba que tácticamente no era mucho lo que se podía hacer en esas condiciones. Decidimos volver y evaluar la situación. En el camino de regreso pasamos frente a la biblioteca donde estudiábamos en la mañana. Una multitud enardecida le arrojaba piedras. Compartí esa rabia colectiva y destruir la biblioteca se transformó en un mensaje: el orgullo patrio no se compra con ciertos beneficios, espejitos ni cuentas de color.

Como todas las estructuras gringas, la biblioteca estaba muy bien hecha. Era prácticamente una fortificación para prevenir todo tipo de actos vandálicos. Estaba defendida con una reja y los vidrios cubiertos con láminas metálicas. Sin embargo, las ventanas superiores no estaban tan protegidas. Pensé que, escalando la reja, podría alcanzar el alero para, desde allí, introducir una molotov al edificio. Logré subir y, al apoyarme sobre el alero, los vidrios rotos me cortaron los brazos. Esto no me disuadió. Las piedras, en cambio, seguían cayendo por lo que me convertí en blanco de ellas y, muy a mi pesar, no tuve más opción que bajar. Al día siguiente apareció en la prensa la foto de la biblioteca quemada. Sé que lo que hicimos puede parecer un acto salvaje, propio de hordas descontroladas. Para mi, en su momento y dentro de un contexto, tuvo cierto sentido.

Texto: Kairo Abello. Ilustración: Kael Abello.

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