Saltar al contenido

Tribuna Feminista: Vera Mukhina

Reina de la escultura soviética

Antes de derrotar a la Alemania Nazi en la Batalla de Stalingrado de 1943 y llevarla a la rendición en 1945, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) asestó su primera victoria contra el fascismo durante la Exposición Universal de París de 1937. Lo hizo con el monumento “El Obrero y la Koljosiana”, diseñado por la escultora Vera Mukhina.

Se cumplían 20 años de la Revolución rusa de 1917 que derrocó a la monarquía zarista y era la primera vez que la URSS, oficialmente creada el 30 de diciembre de 1922, recibía una invitación para un evento internacional de esa magnitud. Por lo tanto, era imperativo demostrar una patria socialista unida y fuerte ante la creciente amenaza fascista que se esparcía por Europa Occidental.

Postal de la exposición de París de 1937

Durante siete meses, obras de arte de 46 países adornaron las calles parisinas desde las orillas del río Sena hasta los pies de la Torre Eiffel. El evento recibió más de 30 millones de visitantes y se convirtió en reflejo de la confrontación ideológica internacional, con la Unión Soviética como símbolo de resistencia y levantamiento de las clases obreras frente a la llegada de Hitler, Mussolini y Franco a Alemania, Italia y España.

Como una especie de metáfora, el pabellón soviético se ubicó justo enfrente del pabellón alemán. El arquitecto y amigo cercano de Hitler, Albert Speer, junto al propagandista del Partido Nazi, Joseph Goebbels, habían obtenido un bosquejo de la exhibición soviética y decidieron contrarrestarla con una enorme águila con una esvástica que volaba sobre dos colosos teutones. 

Pabellón soviético enfrentado al pabellón alemán.

Pero “El Obrero y la Koljosiana” se alzó majestuoso a 34 metros de altura sobre las estatuas nazis, dejando claro quién sería el vencedor en el campo ideológico y de batalla armada. La escultura de 75 toneladas representaba a un hombre y una mujer marchando triunfantes y con sus brazos extendidos alzaban una hoz y un martillo, símbolos de la unión de los obreros industriales y los campesinos comunales.

Mukhina entendió la importancia simbólica de su obra y por eso la emsambló con planchas de acero inoxidable sobre un armazón de madera. De esta forma, cuando el sol le llegaba de frente creaba un efecto de resplandor contra el cielo lila de París. La prensa francesa la llamó “la mayor obra escultural del siglo XX”, mientras que Pablo Picasso, que estaba allí pintando su famoso cuadro “Guernica”, elogió la hermosura de los “gigantes soviéticos”.

La obra de Mukhina representaba a la nueva sociedad socialista, liberada de la explotación capitalista y dedicada a trabajar por el bien común, por eso se eligió al obrero y a la mujer de la granja colectiva como personificación de unidad y victoria popular.

“El Obrero y la Koljosiana” en el a actualidad.

Al finalizar la exhibición, Francia empató a los alemanes y a los soviéticos en el primer lugar, pero en el imaginario colectivo había quedado claro quién era el ganador. Y así se confirmó ocho años después, cuando el Ejército Rojo aplastó a los nazis y sus aliados en la Gran Guerra Patria de 1941-1945, poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). 

Pese a las enormes pérdidas materiales y humanas, la URSS renació victoriosa como una superpotencia mundial. Durante las siguientes cuatro décadas, lideró la agenda global en política exterior, economía, intercambio cultural, deportes y grandes progresos científicos, especialmente en exploración espacial. También estableció una alianza con Cuba tras la revolución de Fidel Castro y tuvo lazos de cooperación con países del Sur Global.

Logo de Mosfilm.

Mientras que los teutones nazis quedaron en el olvido, el obrero y la campesina se exhiben hasta el día de hoy en el Centro Panruso de Exposiciones de Moscú. Además, en 1941 la escultura se convirtió en el logotipo del estudio cinematógrafico ruso Mosfilm, que produjo más de tres mil películas desde 1920 hasta la disolución de la URSS en 1991.

En 2009, se construyó un nuevo pedestal para el monumento de Mukhina, que incrementó su altura de 34 a 60 metros, mientras que en 2014 la icónica escultura fue resucitada frente a millones de espectadores de todo el mundo durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Sochi.

Juegos Olímpicos de Sochi.

“El Obrero y la Koljosiana” pasó a ser el sello más representativo del periodo soviético y Vera Mukhina la escultura más notable del siglo XX. Pero para llegar a ese punto de su vida, la famosa artista primero pasó por un largo trayecto que incluyó perder a toda su familia e involucrarse en la guerra. 

La artista de la revolución

Vera Mukhina nació el 1 de julio de 1889, en Riga (hoy Letonia), en el último periodo del Imperio Ruso (1721-1917) y durante el inicio de la primera gran pandemia mundial, conocida como la “gripe rusa” entre 1889 y 1894.

Cuando tenía 11 meses su madre, una cantante, dibujante y compositora de poemas, murió de tuberculosis y su padre, un exitoso comerciante, la llevó a la ciudad costera de Feodosia (Crimea) para proteger su salud y la de su hermana. Allí, Vera tomó sus primeras clases de dibujo y pintura e inmediatamente supo que el arte sería su destino. 

“Yo soñaba con que siguieras mis pasos en los negocios, pero probablemente serás una gran artista”, le dijo su padre, entre resignado y feliz. Este murió cuando Vera tenía 15 años, forzándola a mudarse a Moscú para vivir con dos tíos. De inmediato se inscribió en la escuela del famoso pintor Konstantin Yuon, donde empezó a explorar la escultura.

En la Navidad de 1912 sufrió un accidente mientras descendía en trineo por una colina y se desfiguró la nariz, teniendo que someterse a dolorosas cirugías estéticas, incluso en París. Pero las operaciones poco hicieron por “agraciar” su rostro aunque sí impactaron su personalidad, haciéndola más fuerte y decidida.

Emile-Antoine Bourdelle

Sin embargo, su estadía en París resultó ser provechosa. Vera siempre había querido vivir allí para expandir sus conocimientos de arte, así que entre cirugías y decepciones encontró un refugio en los museos y se inscribió en la Academia de la Grande Chaumière, donde recibió clases de Emile-Antoine Bourdelle, uno de los precursores de la escultura monumental del siglo XX. 

También se sumergió en el cubismo junto a su amiga y una de las máximas exponentes de esa corriente artística, la pintora y diseñadora soviética Liubov Popova. Luego de su breve estancia en París, la joven Mukhina viajó a Italia para conocer el arte y las esculturas del Renacimiento.

Liubov Popova

En 1914, regresó a Moscú donde se involucró en los debates sobre la inminente Revolución rusa y trabajó como enfermera durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Así fue como conoció a Aleksey Zamkov, un doctor y militar con quien se casó en 1918. 

Al culminar sus obligaciones en la guerra se reintegró al arte para diseñar vestuario para obras de teatro, entre ellas “La Rosa y la Cruz” del poeta ruso Aleksandr Blok. Muchas de estas obras no llegaron a escenificarse pero la joven artista exploró la diversidad de su talento. 

Figurines para “La Rosa y la Cruz”

Alrededor de 1924 colaboró con la diseñadora Alesandra Exter en los vestuarios para la película “Aelita” de Yakov Protazanov. En los años 30, Vera se dedicó a diseñar ropa urbana para la mujer moderna de la nueva sociedad soviética. El propósito era reflejar los ideales, valores y triunfos socialistas de la emergente URSS a través de vestimenta elaborada con materiales sencillos pero resistentes, siluetas marcadas y decoraciones audaces.

Mukhina también coqueteó un tiempo con la pintura antes de centrarse por completo en la escultura y teorizar sobre el arte y su relación con la conciencia de clase, por lo cual fue distinguida como la máxima exponente del realismo socialista.

“El pan” (1939)

Mientras daba clases en la Academia de Arte de Moscú creó gran parte de sus escultoras monumentales, todas al servicio de la revolución, con personajes dinámicos, fuertes y que denotaban gran expresividad. Entre 1938 y 1953, Vera también desarrolló una técnica de escultura policromática y fue una de las iniciadoras de la cristalería artística soviética.

En el periodo que antecedió a la Gran Guerra Patria, Mukhina enalteció los ánimos revolucionarios con grandes esculturas como “La llama de la Revolución” (1922), “La Campesina” (1927), la Matrona Levina (1928), “El Obrero y la Koljoziana” (1937) y “El pan” (1939). También retrató a personajes del conflicto como “La partisana” (1942) y el héroe soviético B.A. Yusupov (1942).  

“La llama de la Revolución” (1922)

Además, honró con esculturas a muchas otras prominentres figuras soviéticas como el famoso escritor Máximo Gorki (1939), la célebre bailarina clásica Marina Semyonova (1941) y el director de cine Alexander Dovzhenko (1946). Posterior a la guerra, participó en el proyecto escultural “Queremos la paz” (1951).

“Queremos la paz” (1951)

La escultura dedicó el resto de su vida a enriquecer el arte soviético. Siguió esculpiendo obras pero también decoró exposiciones, realizó dibujos industriales, experimentó con porcelana, textiles y diseñó vestuarios para el Teatro Vajtangov de Moscú. 

La creatividad y versatilidad de Vera Mukhina no sólo moldeó su vida sino que la distinguió entre sus contemporáneos y la convirtió en la más importante representante artística de la Unión Soviética. Cuando murió el 6 de octubre de 1953, a los 64 años de edad, su título como “La reina de la escultura soviética” era indiscutible.

“La campesina” (1927)

Investigación y textos: Andreína Chávez. Ilustración: Shenby.

Comparte

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.