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Durante siglos, el pueblo ancestral Guna habitó diversas regiones de lo que hoy es Colombia y el Darién panameño. Resistió contra la colonización española y terminó migrando hacia el archipiélago de Guna Yala (anteriormente conocido como archipiélago de San Blas) en Panamá. Allí establecieron su comarca y preservaron su cultura ancestral.
Sin embargo, el pueblo enfrentó serias amenazas debido a los abusos de las fuerzas coloniales y las incursiones en busca de oro en su territorio. En 1925, ya con Panamá independiente y Augusto Boyd en la presidencia, las agresiones se intensificaron, obligando a los hombres y mujeres Guna a defender su derecho a existir.
El gobierno de Boyd aplicó un sistema impositivo restrictivo, prohibió las costumbres tradicionales e intervino en su modo de vida. Los planes del Estado panameño de ofrecer concesiones a bananeras y mineras occidentales ponían en peligro los hogares y autonomía del territorio Guna.
El conflicto estalló cuando varios líderes decidieron organizar la resistencia, que se conoció como la Revuelta Guna o el Grito de los Guna. La rebelión buscó reafirmar la identidad cultural y defender los derechos territoriales. Implementando tácticas como barricadas y la movilización de las comunidades, el pueblo Guna demostró unidad frente a las autoridades.
La respuesta del gobierno panameño fue de represión violenta: se enviaron tropas para aplastar la revuelta. Las tensiones aumentaron y muchas personas muertas o heridas. No obstante, la resistencia guna tuvo un impacto significativo en la conciencia nacional respecto a los derechos de los pueblos indígenas.
Como consecuencia de la revuelta, el gobierno se vio forzado a negociar con los líderes indígenas y a reconocer parcialmente sus derechos. La insurrección se convirtió en un símbolo de resistencia indígena y alimentó futuras reivindicaciones de derechos en Panamá.

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Redacción: Andreína Chávez. Ilustración: Vanshika Babbar.