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Josep Renau sobre la función social del cartel

Josep Renau (1907-1982) es quizá uno de los cartelistas republicanos más importantes de la Guerra Civil Española. Militó en el Partido Comunista de España y en la Unión de Artistas y Escritores Proletarios, fue presidente del Patronato de las Misiones Pedagógicas y fundador de la emblemática revista Nueva Cultura. Luego del triunfo del franquismo se exilió en Francia, México y en la República Democrática Alemana. El fragmento que reproducimos a continuación forma parte del libro «Función social del cartel publicitario» de 1937.

ABRE COMILLAS


La necesidad de un arte público puede sentirse sin que ello implique la determinación «a priori» de sus posibles formas de expresión.

El presentimiento de un gran arte público y popular, es decir, en conexión directa con el pueblo, no es una elucuburación político-intelectual ni una añoranza de las lejanías históricas en las grandes épocas del arte, sino impulso vital que tiene sus raíces profundamente aferradas en el legítimo anhelo del artista joven, que hastiado de aislamiento y de especulación busca ansiosamente la reivindicación pública de su papel ante el mundo. Las premisas esenciales de este hecho latente las encontramos ,sin ir más lejos, en la dinámica de la vida actual.

Josep Renau

Si consideramos con criterio objetivo la reacción psicológica del público ante un cuadro y un cartel, la comparación nos llevará a conclusiones muy curiosas y significativas.

El público en general tiene por costumbre, por tradición transmitida a través de las generaciones, el considerar el cuadro en los museos y en las exposiciones con cierta timidez y reserva. El cuadro aparece a su vista como algo solemne y ceremoniosamente hermético y misterioso, como algo extraño a su vida y a sus costumbres. No intento analizar el hecho en sí, sino comprobar su evidente realidad.

Hay, sin embargo, circunstancias constatadas a través de la experiencia, en que la obra plástica puede ser sometida a la consideración del público, sin que su atención manifieste retraimiento alguno, sin que aparezca mediatizada por ese complejo de inferioridad tan característico en las antedichas condiciones.

Josep Renau

Se constató esta particularidad cuando, hace unos años, el auditorio de un teatro se entusiasmó ante la belleza plástica de un decorado de Derain, siendo este público, sin embargo, el mismo que manifestó a gritos su indignación ante los cuadros del mismo artista expuestos en la Galería Grafton.

Yo mismo he observado fenómeno semejante en condiciones idénticas. Después de haber comprobado la fría reacción de gentes diversas -en su mayoría obreros- ante los dibujos de nuestro gran artista Alberto en la sala de exposiciones del Ateneo de Madrid, he presenciado cómo un público igualmente heterogéneo aplaudía frenéticamente uno de sus decorados de «Fuenteovejuna» -y no el primero precisamente- apenas levantado el telón.

Fuenteovejuna

Boceto para el decorado central de Fuenteovejuna de Alberto Sánchez

Hay que hacer constar para la mayor concreción del hecho, que en ambos casos los decorados estaban realizados siguiendo la línea normal de los valores plásticos característicos de sus autores, sin ceder un ápice en lo que se viene llamando concesión al público.

Si no en forma tan espectacular, pero más normal y consuetudinaria, la reacción del público ante el cartel en la calle es análoga. Es sorprendente el ardor y la inteligencia que pueden mostrar las gentes ante una obra plástica, que de haber tenido la categoría o circunstancia de cuadro de museo hubiese quedado incomprendida.

Josep Renau

La función distinta de unos mismos valores plásticos produce reacciones distintas en el espectador. Tanto el cartel como la decoración, por su habitual carácter de hecho público, son recibidos con familiaridad por las gentes, sin la etiqueta solemne de la situación forzada, que mediatiza el nexo y la mutua ósmosis emocional. El cartel, más particularmente, carece de esa presencia misteriosa que rodea al cuadro, y en su expresión tan humilde y poco pretenciosa no necesita «posar» para ser obra de arte.

No pretendo, naturalmente, demostrar que la valoración superior de la obra de arte dependa de los extremos apreciativos a que conduce esta experiencia. Tal especulación resultaría demagógica y privada de objetividad.

Hago notar, simplemente, la impresionante particularidad de este fenómeno, comprobado en la realidad de innumerables casos, sin sacar más consecuencias que las que de él quieran sacar quienes se inquietan por el problema del vehículo material del arte con respecto a la nueva función que la historia le asigna.



ABRE COMILLAS es una columna que recoge citas, transcripciones y fragmentos textuales en donde importantes actores reflexionan en torno a una producción cultural alternativa.

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