«Un día, la verdad quedará clara para todos, que no hay paz en la región con la existencia de un Estado fascista y racista basado en una doctrina reaccionaria y con el objetivo de servir a los intereses imperialistas. La consigna de una sociedad democrática en Palestina, lanzada por la revolución palestina, es el único camino hacia la libertad y el progreso de todos los pueblos de la región, incluidos los judíos, y es el camino hacia una paz permanente y duradera».
(Georges Habash, 1974)
En el anterior artículo de esta serie, analizamos el período 1929-1936, que condujo a la primera gran revuelta palestina contra el proyecto colonial sionista. La Comisión Británica -creada para investigar las razones del conflicto- fue clara: el Mandato Británico sobre Palestina estaba condenado al fracaso y la partición de Palestina era inevitable. Esto marcó un punto de inflexión crucial: por primera vez se utilizaba el término «Estado» y el sueño sionista de un Estado exclusivamente judío finalmente tomaba forma.
Para Gran Bretaña, en una lógica puramente imperialista y sobre todo teniendo en cuenta las convulsiones geopolíticas en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, la partición de Palestina y su salida del territorio habrían significado la pérdida de un importante activo estratégico1. Sin embargo, una nueva variable entró en juego, empujando a Gran Bretaña hacia el abandono del Mandato sobre Palestina: la estrategia terrorista del movimiento sionista contra la presencia británica, vista como el último obstáculo para la independencia2.
Así, al estallar la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña se enfrentó, por un lado, a la violencia de los grupos sionistas extremistas3 y, por otro, a la feroz lucha armada de los movimientos nacionalistas palestinos. El estallido de una guerra civil a gran escala estaba a la vuelta de la esquina y nada parecía impedir una partición definitiva del territorio palestino.
El plan de partición de la ONU de 1947
A principios de 1947, Gran Bretaña decidió transferir su mandato sobre Palestina a la ONU, que preparó inmediatamente el plan de partición que se adoptaría ese mismo año. El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de la ONU adoptó el plan de partición mediante la Resolución 181.
Para entender los antecedentes de la partición y comprender sus repercusiones de gran alcance, es importante comparar la situación política y demográfica antes (mapa de la derecha, con las zonas habitadas por la población judía en naranja) y después (a la izquierda):
Un reto territorial, democrático y demográfico
Un análisis de las condiciones demográficas en el momento de la partición de Palestina según el plan de la ONU de 1947 nos permite comprender las consideraciones estratégicas sionistas que siguieron. Estas consideraciones deben enmarcarse en la lógica intrínsecamente colonial del plan sionista para un Gran Israel. Es suficiente poner la mirada sobre las cifras.
Cuando se adoptó el plan, la población palestina duplicaba a la judía: 1,2 millones de palestinos frente a 600.000 judíos. Si consideramos únicamente el territorio del nuevo Estado de Israel, las poblaciones judía y palestina eran prácticamente equivalentes (alrededor de 500.000 frente a 400.000).
Estas cifras nos ayudan a comprender las decisiones y acciones del joven Estado de Israel entre 1947 y 1948, después de la independencia, la «Nakba» y las guerras de 1967 y 1973, hasta el presente.
La configuración demográfica de 1947 representaba un peligro vital para Israel, cuyo objetivo último era crear un Estado judío soberano y supuestamente democrático. La cuestión era: ¿cómo podía construirse un Estado judío, una «democracia judía occidental», con una demografía inclinada a favor de la población no judía (caracterizada, además, por una tasa de natalidad muy superior)? Sencillamente, no era posible. En 1948, ante la virulenta guerra civil, las autoridades políticas y militares sionistas identificaron «una oportunidad histórica para resolver el problema de ser minoría en una tierra en la que querían ser mayoría »4 . De este modo, la clase dirigente sionista ideó la (única) solución posible para superar este obstáculo demográfico: la limpieza étnica. Era necesario establecer un orden demográfico favorable a la creación de un Estado judío.
Durante la «Nakba», más de 500 pueblos palestinos fueron borrados del mapa, alrededor de 800.000 palestinas y palestinos fueron expulsados o huyeron del país y 20.000 murieron en combate. La «democracia», o más bien la supremacía demográfica judía, quedó así asegurada. En el momento del armisticio, Israel ocupaba el 80% del territorio de la Palestina histórica, con una representación demográfica judía del 85%. El resto de la población no judía, los «árabes israelíes», es decir, los palestinos que habían logrado permanecer en su patria, estaban confinados a la condición de ciudadanos de segunda clase, como demuestra la situación actual.
En 1967, en el momento de la Guerra de los Seis Días, desde la perspectiva sionista, ocurrió algo paradójico. Surgió una contradicción fundamental entre el deseo de expansión territorial y la exigencia demográfica. Hay que recordar una vez más que el objetivo último del sionismo no era sólo la creación de un Estado judío, sino también la creación de un Gran Israel, lo que implicaba precisamente una estrategia territorial expansiva. Para ampliar sus fronteras, Israel decidió ocupar lo que quedaba de la Palestina histórica, es decir, la Franja de Gaza (entonces bajo control egipcio) y Cisjordania (bajo control jordano). Al anexionar estos territorios, los dirigentes sionistas integraron más población no judía (alrededor de un millón de palestinos) en sus fronteras. Como resultado, los palestinos, que sumaban 5,5 millones en el territorio de la Palestina histórica, volvieron a convertirse en una amenaza demográfica, poniendo en evidencia la relación dialéctica entre el proyecto territorial y el proyecto demográfico sionista.
Durante la «Nakba», más de 500 pueblos palestinos fueron borrados del mapa, alrededor de 800.000 palestinas y palestinos fueron expulsados o huyeron del país y 20.000 murieron en combate.
¿Cómo remediar de nuevo esta amenaza? Una nueva oleada de limpieza étnica como la de 1948 era difícilmente concebible en 1967, por diversas razones. Sin embargo, la limpieza étnica no ha cesado, simplemente ha cambiado de aspecto. En lugar de las expulsiones forzosas y la destrucción de pueblos, los sionistas aplicaron una nueva estrategia basada en la militarización de la sociedad y el establecimiento de un régimen de apartheid. El objetivo era convertir a los palestinos en prisioneros en su propia tierra, extranjeros en su propio país. Oprimir para controlar, evitando así cualquier desafío al sistema político israelí, todo ello mediante la imposición de un sistema de apartheid legal.
El mantenimiento de la arquitectura del apartheid debe considerarse una condición necesaria para la continuación del proyecto sionista. Sin embargo, el 7 de octubre de 2023 y la respuesta genocida israelí que en marcha inaugurarán una nueva era en la estrategia sionista y una nueva página en la gloriosa historia de la resistencia palestina.
«Todo en este mundo puede ser robado, excepto una cosa: el amor que emana de un ser humano hacia un compromiso sólido con una convicción o una causa.»
Ghassan Khanafani, escritor y militante palestino.
NOTAS
1. El control de las zonas del Canal de Suez y de las líneas de comunicación, así como el control de Irak, eran esenciales.
2. El aparato militar sionista se había institucionalizado y consolidado. La Haganá era ahora un verdadero ejército, con una organización jerárquica y considerables recursos técnicos y financieros, gracias en particular al desarrollo de una industria sionista de armamento durante la década de 1930. Esto permitió adquirir tal autosuficiencia y margen de maniobra que el ejército británico ya no era necesario para el impulso de la estrategia colonial sionista.
3. También hay que recordar que la propuesta de partición provocó las primeras fracturas en el seno del movimiento sionista. Por un lado, en el XX Congreso Sionista celebrado en Zurich en 1937, los sionistas de la derecha revisionista -que aspiraban a la ocupación total de Palestina con vistas al proyecto del Gran Israel- afirmaron que el plan propuesto era contrario al espíritu de la Declaración Balfour. Por otra parte, la franja socialista (liderada por David Ben-Gurion, con el apoyo de Chaim Weizmann), aceptó la propuesta de partición, no como una solución definitiva, sino como un medio para apoderarse posteriormente de todo el territorio palestino.
4. Entrevista con Ilan Pappe, Haifa, mayo de 2013.
Publicado originalmente en Voix Populaire.
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