Hace 100 años nació Paulo Freire (1921 -1997). Oriundo de Recife, Freire dedicó su vida a la pedagogía de las clases oprimidas en Brasil. Dejando un vasto legado de reflexiones, Freire cuestionó la educación “tradicional”, centrada en el maestro y diseñada para producir sujetas y sujetos funcionales al sistema. En cambio, contrapuso una visión donde educadores(as) y educandos(as) aprenden juntos y construyen conocimiento en libertad y con espíritu crítico.
Con un concepto liberador de la educación, que no es apolítica, Freire promovió el diálogo como acto fundamental para la construcción colectiva de conocimiento. En particular, utilizaba láminas planteando escenarios para promover la reflexión y la discusión en los círculos de aprendizaje. Artistas como Vicente de Andrade y Francisco Brenand colaboraron representando lo que Freire llamaba «situaciones existenciales codificadas».
Dibujo de Vicente de Andrade de un Círculo de Aprendizaje en el que es proyectada la lámina del jarrón.
En esta entrada, Valentina Aguirre rinde homenaje a Freire en su centenario reinterpretando una serie de láminas de su obra “Educação como prática da liberdade”. Las piezas, acompañadas por los textos originales, están diseñadas para generar debate alrededor de los conceptos de “naturaleza” y “cultura”.
El cazador iletrado.
Se inicia el debate de esta situación separando lo que es de la naturaleza y lo que es de la cultura. “Cultura en este contexto, dicen, es el arco, la flecha, las plumas que viste el indio.” Y frente a la pregunta que si las plumas no son de la naturaleza, siempre contestan: “Las plumas son de la naturaleza mientras estén en el pájaro. Después que el hombre mata al pájaro, saca sus plumas, las transforma con el trabajo, ya no son naturaleza. Son cultura.” Tuvimos la oportunidad de escuchar esta respuesta un sin número de veces, en varias regiones del país. Distinguiendo la fase histórico-cultural del cazador de la suya propia, el grupo llega al conocimiento de lo que es una cultura iletrada. Descubre que, al extender sus brazos de cinco a diez metros, a través del instrumento creado, por el cual ya no necesita agarrar a su presa con las manos, el hombre hizo cultura. Al transferir no solamente el uso del instrumento, que hizo funcional, sino la incipiente tecnología de su fabricación, a las generaciones más jóvenes, hizo educación. Se discute cómo se procesa la educación en una cultura iletrada, donde no se puede hablar propiamente de analfabetos. Entienden entonces, que ser analfabeto es pertenecer a una cultura iletrada, y no dominar las técnicas de escribir o leer. Esta percepción para algunos llega a ser dramática.
El cazador letrado (cultura letrada).
Al ver proyectada esta situación, identifican al cazador como un hombre de su cultura, aunque pueda ser analfabeto. Se discute el avance tecnológico representado en el fusil en contraste con el arco y la flecha. Se analiza la posibilidad creciente que tiene el hombre de, por su espíritu creador, por su trabajo, en sus relaciones con el mundo, transformarlo cada vez más. Y que esta transformación, sin embargo, solo tiene sentido en tanto contribuya en la humanización del hombre. Una vez inscrita en la dirección de su liberación. Se analizan por fin las implicaciones de la educación para el desarrollo.
El gato cazador.
Nuestra intención con esta serie, entre otras, era establecer una diferencia faseológica entre los dos cazadores y una diferencia ontológica entre ellos y el tercero. Claramente en los debates no se va a hablar de faseología ni de ontología. El pueblo, no obstante, con su lenguaje y a su manera, entiende las diferencias. Jamás olvidaremos un analfabeto en Brasilia quien afirmó, con total seguridad: “De estos tres, solo dos son cazadores – los dos hombres. Son cazadores porque hacen cultura antes y después de cazar. [Solo faltó decir que hacen cultura también mientras caza.] El tercero, el gato, que no hace cultura antes o después de la ‘caza’, no es cazador. Es perseguidor.” Explicaba así una diferencia sutil entre cazar y perseguir. En esencia, lo fundamental – hacer cultura – fue entendido. Del debate de estas situaciones surgía toda una riqueza de observaciones sobre el hombre y el animal. A propósito del poder creador de la libertad, de la inteligencia, del instinto, de la educación, del adiestramiento.
El hombre transforma la materia de la naturaleza con su trabajo.
Proyectada esta situación, se inicia la discusión sobre lo que representa. ¿Qué vemos? ¿Qué hacen los hombres? “Trabajan el barro,” dicen todos. “Están cambiando la materia de la naturaleza con el trabajo”, dicen muchos.
Luego de una serie de análisis que son hechas sobre el trabajo (y hay los que hablan de “la alegría de hacer cosas bonitas”, como dijo un hombre en Brasilia), se pregunta sobre la posibilidad de que del trabajo representado en la situación resulte un objeto de cultura.
Contestan que sí: “una jarra”, “una cazuela”, “una olla” etc.
Jarrón, producto del trabajo del hombre sobre la materia de la naturaleza.
Qué emoción fue escuchar, en un Círculo de Cultura en Recife, durante una discusión de esta situación, a una mujer, emocionada, decir: “Yo hago cultura. Yo sé hacer esto.” Muchos, refiriéndose a las flores en la jarra, afirmaron: “Son naturaleza como flores. Son cultura como adorono.”
Se refuerza, ahora, lo que ya se venía despertando de alguna forma desde el principio – la dimensión estética de la obra creada. Y que será bien discutida en el futuro, al analizar la cultura al nivel de la necesidad espiritual.
Ilustraciones: Valentina Aguirre. Textos: Fragmentos del Apéndice de Educação como prática da liberdade de Paulo Freire. Investigación: Julio Mosquera. Traducción: Ricardo Vaz.