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Palestina y la Nakba interminable

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15 de mayo de 1948. No hay fecha más significativa en la memoria colectiva palestina. Señala la Nakba (“catástrofe”) que representó la creación del Estado de Israel, una combinación devastadora de desposesión, exilio, ocupación y muerte.

Setenta y cinco años después, la Nakba no es una memoria que se desvanece sino una realidad vigente. Esté afuera o bajo la ocupación colonial, el pueblo palestino sigue resistiendo todo tipo de ataques contra su existencia misma.

En este artículo presentamos una perspectiva general de los tres cuartos de siglo de la Nakba. Ponemos la mirada en las responsabilidades de los actores internacionales, las diferentes etapas de la lucha palestina y la terca esperanza que se niega a desaparecer.

Una tragedia anunciada

Por mucho que la historiografía sionista insista en plantear la creación de Israel como reacción o consecuencia del Holocausto, la verdad es que el plan de crear un Estado supremacista judío en Palestina ya tenía décadas en marcha.

El Mandato Británico en Palestina después de la Primera Guerra Mundial contribuyó a acelerar la operación. El gobierno inglés se comprometió con la Declaración Balfour de 1917 para crear una “patria” para el pueblo judío. Se desplegó entonces una meticulosa política de migración para aumentar la población judía establecida en Palestina, de modo que pudiera surgir un futuro Estado sionista. La Revuelta Árabe de 1936-39 fue una primera insurrección contra esta tendencia.

Al mismo tiempo, el Reino Unido se dedicó a una de sus tradiciones favoritas: dividir tierras ajenas. La Comisión Peel fue la primera en proponer formalmente la creación de un Estado judío y un Estado Árabe en Palestina. Sin embargo, ya contando con los Estados Unidos y todo su poder, la dirigencia sionista consiguió un acuerdo mucho mejor con el Plan de las Naciones Unidas para la partición de Palestina de 1947. Recibieron el 56% del territorio palestino aunque menos de un tercio de la población era judía.

Pero aquello no fue suficiente. A pesar de todos los esfuerzos diplomáticos y de la compra masiva de tierras, el arma más importante del sionismo era (y sigue siendo) el terror. Con la complicidad –activa o pasiva– de las autoridades coloniales británicas, las milicias armadas sionistas lanzaron una serie de ataques contra las ciudades y pueblos palestinos. El objetivo era sencillo: expulsar a la población autóctona, convirtiéndola en refugiada tanto en su propia tierra como en el extranjero.

Cuando asentó el polvo en aquel momento, 750 mil palestinos y palestinas, más de dos terceras partes de la población árabe, fueron desalojados de sus casas. La cifra de refugiados y refugiadas palestinas hoy, asciende a ocho millones.

Con el Estado de Israel operativo, la práctica de cometer masacres continuó, pasando de ser un método de las milicias terroristas a simple y llano terrorismo de Estado. El sionismo ha acumulado un registro enorme e indignante de crímenes de guerra cometidos en su territorio y en el extranjero para acometer la limpieza étnica y el robo de tierras. Israel controla en el presente más del 90% del territorio de la Palestina histórica.

Palestina ha sido el mayor ejemplo de la total ineptitud de las Naciones Unidas como mediador global. Las resoluciones que establecen el derecho del pueblo palestino de regresar a su tierra o aquellas que condenan los asentamientos judíos, han sido ignoradas u olvidadas. El veto de EE.UU. en el Consejo de Seguridad ha estado disponible siempre que ha sido necesario. Ninguna ley, local o internacional, vale el papel donde se escribe si no hay mecanismos para su imposición.

Aliados poco útiles

La reacción contra Israel, especialmente en los primeros tiempos, fue dominada por los países árabes, especialmente vecinos como Jordania o Egipto. Y la lección universal es que estos gobiernos han fracasado o traicionado la causa palestina.

En los conflictos militares directos, como la guerra de 1948, la Guerra de los Seis Días (1967) y la Guerra de Yom Kippur (1973), los países árabes simplemente se replegaron o sufrieron derrotas humillantes. En paralelo, los movimientos palestinos entendieron la importancia de tomar su destino en sus manos y conformaron la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en 1964. Yasser Arafat pronto se convertiría en su líder máximo.

Las diferentes facciones de la OLP tenían una visión anticolonial mucho más clara y desplegaron una lucha de guerrillas contra la ocupación israelí. A pesar de la desventaja militar, los fedayines palestinos se transformaron en símbolos de una esperanza renovada, tanto en los territorios ocupados como en los campos de refugiados.

No obstante, con el triunfo gradual del conservadurismo (apoyado por EE.UU.) sobre el nacionalismo árabe, las posiciones radicales de la OLP, especialmente de facciones como el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) se convirtieron en un problema. En el infame “Septiembre Negro”, el Rey Hussein del clan Hashemita, siempre tan leal a Occidente, lanzó su ejército para expulsar a la OLP de Jordania hacia el Líbano.

La verdad es que los gobiernos árabes, sean “reaccionarios” o “militares pequeño-burgueses” en su naturaleza (de acuerdo a la clasificación de Ghassan Kanafani), siempre han estado dispuestos a usar a Palestina como una ficha de negociación para salvaguardar su propia supervivencia. Las monarquías petroleras como Arabia Saudita o los Emiratos, mencionan la causa Palestina en sus discursos para luego salir corriendo a promover los intereses de EE.UU. e Israel.

‘Rendición’ y Oenegización

Luego de que la invasión israelí expulsara a la OLP del Líbano en 1982, y con una creciente presión por parte de los mansos gobiernos árabes, con Egipto a la cabeza, las negociaciones se aceleraron en los años 80. Eventualmente desembocarían en los Acuerdos de Oslo.

Los acuerdos fueron celebrados por Occidente, y con razón. Israel obtuvo todo lo que quería a cambio de muy poco: un cuasi Estado palestino disperso e incapaz, condenado a una dependencia eterna de su ocupante colonial. Los asentamientos ilegales, criticados y condenados por prácticamente todo el mundo, siguieron multiplicándose.

El renombrado intelectual palestino Edward Said se refirió a los Acuerdos de Oslo como “un instrumento de rendición.” Si aquello estaba claro entonces, más claro aún se volvió con el tiempo. Pero esta triste iteración de la “solución de dos Estados” no sería el fin de la historia. La Primera y Segunda Intifadas (1987-1993 y 2000-2005) demostraron que el pueblo palestino no tenía intenciones de rendirse.

Oslo efectivamente cambió la configuración de la lucha palestina. La OLP se transformó en la Autoridad Palestina (AP), cada vez más atornillada al poder y fácilmente seducida por sus mieles, por muy limitado que fuera. Pero además de la burocracia y la corrupción, surgió otra plaga para el pueblo palestino: las ONGs occidentales.

Los territorios (formalmente) bajo control de la AP, especialmente en Cisjordania, tenían entonces las condiciones perfectas para la proliferación de estas agencias. Y dado el financiamiento que ofrecen, esto implicó una oenegización de la lucha palestina. Banderas como la tierra, la libertad y la resistencia fueron desplazadas por los conceptos de ayuda humanitaria, sociedad civil y gobernanza. Los sujetos de emancipación se convirtieron en objetos de tutelaje, y la agenda palestina se subordinó a la de los financistas extranjeros.

Memoria y esperanza

A pesar de las duras condiciones que ha padecido, el pueblo palestino ha mostrado una y otra vez que su causa está viva y coleando. Nuevas olas de acción directa y resistencia siguen apareciendo, y la solidaridad internacional se refuerza cada día que pasa. Desde luego, la ficción de la solución de dos Estados está ciertamente descartada.

Israel cuenta con un enorme despliegue propagandístico para presentarse como una sociedad tecnológica y desarrollada. Un oasis de modernidad occidental en medio de una región retrógrada. Pero la farsa es cada vez menos convincente, y la edad de las redes sociales rápidamente expone a la entidad sionista como lo que realmente es: un régimen de apartheid, colonial, de asentamientos, para el cual la limpieza étnica, los bombardeos indiscriminados y las violaciones de derechos humanos son su tarjeta de presentación.

No sorprende entonces que haya un esfuerzo tan grande, con el apoyo de aliados, para acelerar la normalización de relaciones con los países árabes y para sofocar las voces solidarias alrededor del mundo, sea con campañas deshonestas contra el “anti-semitismo” o con intentos de ilegalizar el movimiento de “Boicot, desinversión y sanciones” (BDS).

Pero cada vez más, parece que el tiro sale por la culata. Palestina se mantiene como la causa más unánime en el mundo árabe (y más allá). Algunas autoridades municipales en ciudades como Oslo o Barcelona han roto sus vínculos con Israel, y otras pronto les seguirán. Por mucho que intente hacer que el pueblo palestino desaparezca, es el Estado sionista el que tiende a verse condenado al ostracismo.

Los 75 años de la Nakba han dejado un rastro de sufrimiento con pocos paralelos en la historia. Pero también han revelado que las causas justas no se pueden matar o exiliar. Ghassan Kanafani lo dijo, “liberar a Palestina, tener dignidad, tener simples derechos humanos, es tan importante como la vida misma”. ¡Viva Palestina Libre!

Investigación y texto: Ricardo Vaz. Ilustraciones: Valentina Aguirre. Revisión: América Rodríguez

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