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Irán, 1953: el golpe imperialista contra la dignidad

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El 19 de agosto de 1953, un golpe de Estado puso fin al gobierno democráticamente electo de Mohammad Mosaddeq en Irán.

La operación fue un esfuerzo conjunto de Estados Unidos y el Reino Unido, a través de sus agencias de inteligencia, la CIA y el MI6, con apoyo de los altos mandos del ejército iraní y el beneplácito del Shah Mohammad Reza Pahlavi. La posterior divulgación de documentos clasificados ha aclarado cada vez más los hechos.

Pasados 70 años, el golpe sigue siendo un momento de quiebre. La destrucción del primer gobierno iraní verdaderamente nacionalista, que se enfrentó a potencias extranjeras y reafirmó la soberanía sobre los recursos naturales, generó repercusiones puertas adentro y en todo el mundo.

La olla de presión de Abadán

A principios de los años 50, Irán reunía las condiciones necesarias para vivir transformaciones radicales. Era un país rico en recursos, explotado, subdesarrollado, muy dependiente de potencias extranjeras y caracterizado por la inestabilidad política bajo el régimen del Shah.

Al mismo tiempo, Irán era un activo valiosísimo para el Reino Unido. La Compañía Petrolera Anglo-Iraní (AIOC), cuya mayoría accionaria pertenecía al Estado británico, tenía un monopolio sobre el petróleo iraní desde principios del siglo XX. En 1950 la AIOC controlaba en Irán la tercera mayor reserva de petróleo del planeta, las segundas mayores exportaciones, y la mayor refinería: el complejo de Abadán.

Abadán simbolizaba la explotación británica de Irán. Por un lado, se trataba de un enclave colonial donde los trabajadores extranjeros gozaban de privilegios, con casas cómodas, jardines y espacios de recreación. Por otro lado, los trabajadores iraníes recibían pagos miserables y vivían en condiciones precarias sin los más mínimos servicios. La AIOC también aseguraba que la clase trabajadora iraní no tuviese acceso a capacitación técnica ni a mayores responsabilidades en la empresa.

Además de todo, Irán recibía solo un 16% de las ganancias, calculadas aparte de los impuestos. Y por si fuera poco, los iraníes no podían revisar la contabilidad de la empresa, y les tocaba aceptar lo que la AIOC decidía.

En la sociedad crecía más y más el apoyo a la nacionalización de la industria petrolera, con protestas y huelgas por doquier. La fuerza política que dirigía esta lucha era el Frente Nacional, bajo el liderazgo de Mohammad Mosaddeq. En Marzo de 1951, el Majlis (parlamento iraní) votó en favor de nacionalizar la AIOC, y un mes después Mosaddeq fue electo primer ministro.

Miembro de una prominente familia iraní, Mosaddeq era un abogado muy culto que estudió en Europa antes de emprender su carrera política. Alto y espigado, carismático y de principios, poco dado al protocolo, Mosaddeq era una figura inusual para los funcionarios británicos. Los oficiales (neo)coloniales no sabían qué hacer con un líder increíblemente popular al que no se podía intimidar ni comprar.

“Ningún país aceptaría hoy en día que una potencia colonial interfiriera con su independencia y su libertad”, dijo el líder iraní en uno de sus vibrantes discursos.

La nacionalización fue una sorpresa y un escenario inaceptable para el Reino Unido. Al mismo gobierno laborista que nacionalizó industrias a nivel doméstico le resultaba inconcebible que un Estado soberano en el Sur Global tomara el control de su recurso natural más importante. Las corporaciones petroleras también veían a Irán como un precedente peligroso para sus propios negocios en otros países.

Mosaddeq resultó igual de hábil tanto para defender la nacionalización en Irán como en instancias internacionales, derrotando demandas británicas ante la Corte Internacional de Justicia y ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Después de varias rondas de negociaciones con exigencias inaceptables, el gobierno británico concluyó que había que destituir a Mosaddeq. Los cables británicos bombardearon con insultos al primer ministro iraní, junto con afirmaciones orientalistas para desestimar la postura soberanista de su gobierno. Uno de los mensajes afirmaba que los iraníes “no tienen capacidad para diferenciar las emociones de los hechos”.

Con el regreso de Churchill y de los conservadores al poder, Londres aumentó la presión económica. El gobierno británico congeló los activos iraníes, retiró todo el personal de Abadán, e impuso un embargo petrolero, amenazando con demandar a quienes compraran crudo iraní, y llegando incluso a interceptar tanqueros. Mosaddeq y su gobierno tuvieron que hacer grandes esfuerzos para mantener la economía a flote, pero permanecieron firmes.

En julio de 1952, los británicos intentaron aprovechar una disputa política para imponer a Ahmad Qavam, un político veterano y muy leal a sus intereses, como primer ministro. En pocos días, el Frente Nacional y el partido comunista Tudeh organizaron protestas masivas que fueron brutalmente reprimidas, dejando un saldo de más de 250 muertos. Con el país al borde de una explosión, el Shah no tuvo más alternativa que exigir la renuncia de Qavam y pedir a Mosaddeq que volviera para conformar un nuevo gobierno.

Operación Ajax: 15 de agosto de 1953

Después de fracasar en los intentos de deshacerse de Mosaddeq, la única esperanza para los británicos era la intervención directa norteamericana. Este escenario empezó a tomar forma a finales de 1952. Si Truman había mostrado reservas en apoyar las pretensiones coloniales británicas, el recién electo Dwight Eisenhower estaba mucho más interesado en ver todo a través del prisma de la Guerra Fría.

Junto a Eisenhower llegaron los hermanos Dulles, John Foster como Secretario de Estado y Allen como director de la CIA. Los dos nefastos personajes tendrían mucha influencia en la política exterior norteamericana en los años venideros. Y así, alentados por sus colegas británicos, los oficiales estadounidenses replantearon un claro conflicto por la soberanía como una “amenaza comunista” y pusieron los planes de cambio de régimen en marcha.

Bautizada “Ajax”, la operación arrancó en la primavera de 1953 con el secuestro, tortura y asesinato de Mahmoud Afshartous, un oficial leal que había sido nombrado jefe de la policía por Mosaddeq. El objetivo era claro: sembrar inestabilidad y hacer ver al gobierno como débil e incapaz de proteger a sus cuadros más importantes.

Mientras los medios de comunicación comprados trabajaban intensamente, lo único que les faltaba a la CIA y al MI6 era la bendición del Shah. Los documentos desclasificados describen al monarca persa como una figura indecisa que buscaba garantías, así como la posibilidad de negar su participación en caso de que el golpe fracasara. La lealtad de la cúpula militar era segura, y el golpe tendría como líder al General Fazlollah Zahedi, un personaje cruel que había sido detenido años antes por colaborar con los nazis.

Otro elemento clave fue el apoyo tácito del Ayatolá Kashani, quien había comandado la facción religiosa del Frente Nacional antes de romper con el ala secular de Mosaddeq.

La turba mercenaria

El golpe se puso en marcha el 15 de agosto. Una brigada militar se trasladó a la residencia de Mosaddeq para entregar un decreto que lo separaba del cargo de primer ministro y, si era necesario, detenerlo. Sin embargo, fuentes en el ejército alertaron al equipo de seguridad de Mosaddeq, que trajo refuerzos y terminó deteniendo a los oficiales golpistas y a otros sospechosos. Mosaddeq rechazó el decreto, argumentando que el Shah no tenía autoridad para destituirlo.

El Shah entró en pánico con el revés y huyó del país, mientras oficiales estadounidenses  empezaron a dudar de la operación. Pero la CIA y el MI6 tenían demasiado en juego para desistir. Les quedaba una carta por jugar: la turba mercenaria.

El 19 de agosto, una multitud de hooligans, llena de agentes provocadores, sembró el caos en Teherán, simulando que el partido Tudeh era el responsable por la violencia, y cercó la residencia de Mosaddeq. Pronto llegaron batallones blindados, y los defensores no pudieron resistir más que unas horas. Con cientos de muertos, el golpe estaba consumado.

Días después, el Shah volvió al país, Zahedi asumió el puesto de primer ministro y la nacionalización de la AIOC se revirtió. En Washington y Londres el clima era de euforia. Habían logrado restaurar la monarquía y proteger sus intereses en la región. Mosaddeq fue juzgado junto a varios colaboradores, y condenado a tres años de confinamiento en solitario. Después de eso, vivió el resto de sus días bajo prisión domiciliaria.

Aunque lograron derrocar a Mosaddeq, Irán fue una especie de último suspiro para los británicos. Luego de la crisis de Suez de 1956, y con el crecimiento de los movimientos anticoloniales por todas partes, el ocaso finalmente llegó al imperio británico. Incluso en Irán, la AIOC, rebautizada como British Petroleum (BP) se vio obligada a repartir la riqueza con las otras gigantes petroleras.

En cambio, Irán fue un momento clave para EE.UU. en su afirmación como la principal potencia imperialista global. Más aún, el golpe de 1953 fue una especie de prototipo que se replicaría una y otra vez en las décadas siguientes. Combinando ingredientes como la manipulación mediática, sicariatos estratégicos, y lealtad de altos mandos militares, Washington desencadenó operaciones golpistas brutales en Guatemala (1954), Indonesia (1965), Chile (1973) y muchas otras naciones, en su afán de frenar la creciente ola antiimperialista.

Sin embargo, la hegemonía de EE.UU. también fue desafiada. Sufrió derrotas épicas en Cuba y Vietnam. Y una especialmente significativa en Irán.

El golpe abrió camino a dos décadas y media de un régimen ostentoso y corrupto del Shah sin ninguna oposición. Las corporaciones occidentales tuvieron acceso privilegiado a los recursos naturales. Al mismo tiempo, hubo una represión atroz de la clase obrera y masacres generalizadas, especialmente contra el partido Tudeh. La nefasta policía secreta Savak contó con el apoyo de la CIA y del Mossad.

Todo este despojo y humillación explotaron en la revolución de 1979, que estableció la República Islámica y que se ha constituido como una de las principales fuerzas en contra del imperialismo estadounidense en la región.

Por su parte, Mosaddeq murió luego de complicaciones de salud en 1967, y fue enterrado modestamente en su casa. Pero quedó como un gigante en la historia, no solamente como un héroe nacional iraní, sino como un ejemplo de convicción revolucionaria frente a los planes coloniales e imperiales. Mosaddeq y el Frente Nacional mostraron que una chispa se puede convertir en una llama nacional que se levanta y conquista su dignidad, independientemente del poderío enemigo. Setenta años después del golpe, este es el legado que sigue inspirando las luchas antiimperialistas del presente, en Irán y en todo el mundo.

Referencias:

Coup 53 (documental), Taghi Amirani (2019)
All the Shah’s Men, Stephen Kinzer, John Wiley & Sons (2003)
The 1953 Coup in Iran, Ervand Abrahamian, Science & Society vol. 65 (2001)

Investigación y textos: Ricardo Vaz. Ilustración y diseño: Kael Abello. Revisión: América Rodríguez.

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