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Monstruas del arte urbano: Agus Rúcula

Argentina

La columna Monstruas del Arte ha sido una lección de vida, sobre todo para mí. La voluntad inicial era, como lo dejé por escrito en su primera columna, buscar pistas sobre la ausencia de compañeras en el murales venezolano: capaz que si relatamos sobre las diez o quince muralistas valiosas que ruedan por el continente… Pero con súbita brevedad la lista no hizo sino crecer. Mujeres pintando las hay, son muchas, y con discursos muy poderosos.

Entonces la pregunta pasó a ser: ¿por qué no las conocemos a todas? En estos pocos años ellas mismas han peleado por su propia visibilización, confrontando festivales que no las convocan, organizándose en agrupaciones y colectivos o militando para que la realidad sea más justa y menos patriarcal. Mucha de mi propia ignorancia se debe a razones por todos conocidas: los hombres cerramos filas a nuestro favor sin siquiera sospechar que lo estamos haciendo, y nos estamos dando cuenta con una lentitud que no se adecúa a la necesidad de los tiempos. En Chile y Argentina las compañeras están dando una batalla por romper esas nefastas filas que acaparan toda la atención (y el dinero, y los recursos, y la cobertura, etc). El arte mural no es territorio exclusivo de los machos, y ellas, como un rompehielos surcando un mar helado, lo están demostrando.

Agus Rúcula es una de ellas. Quizás la más universal de todas los artistas del arte mural que yo haya tenido la suerte de conocer.

Su temprana formación fue académica. Y le fue bien porque según ella misma dice: “yo era super ñoña, super ñoña”. Pero en la academia no encontró su lugar. Casi fortuitamente descubrió el arte mural y de allí no supo eludirse nunca más. Recibió en su formación el apoyo de su madre, que es docente: “cuando yo le decía: es que no tengo la plata para la pintura, mi vieja me decía mira yo obviamente invierto en vos porque sos mi hija pero también porque creo que estas cosas son necesarias en el Planeta Tierra, y yo sentía que eso era algo muy groso.” Una genia, la madre. La contención en sus inicios pareció venir de las mujeres de su familia: “mi abuela me regaló una escalera”.

No conozco a muralista alguno que haya llegado al muralismo desde la indiferencia, A todos nos suele ocurrir: hay una llamada que parece ser para nosotros y que da sentido a todo lo que hacemos. Agus es un animal del muro. No la he visto sino en sus ropas de batalla, pintada todo el tiempo. Incluso en la inauguración de la Expo colectiva 7 Garras, muestra colectiva gracias a la cual la pude conocer, ella vestía aquello que pareciera hacerla sentir más cómoda y real: sus manchas y goterones.

“yo me recorro el lugar, voy a ver un poco la paleta de color del pueblo, la dinámica de la gente, el ritmo de vida, y después voy a tocarle el timbre al tipo del muro donde voy a pintar”

Sus imágenes surgen del lugar en donde se encuentra. Ella no se puebla de imaginarios que ya trae en el bolsillo, ella lo que trae son sus modos de trabajar. Es una investigadora. No crea nada sin consultar el entorno, hablar con la gente del enclave donde va a pintar: “yo me recorro el lugar, voy a ver un poco la paleta de color del pueblo, la dinámica de la gente, el ritmo de vida, y después voy a tocarle el timbre al tipo del muro donde voy a pintar y proponerle un conversatorio entre vecinos, tocar el timbre a diez casas y preguntarles si nos podemos juntar a charlar y la idea es contarles que tenemos la oportunidad de decir algo y qué podemos decir, qué cosas en la vida nos parece que es importante tenerlas presente, detectar una situación de conflicto y qué nos permite trascender eso. La verdad es que muchas veces este momento me pone muy nerviosa porque mientras más grande es la brecha cultural es más difícil o a veces son cosas muy abstractas de compartir, pero al final las cosas que operan son de otro plano porque no es solo lo intelectual, es la fluidez energética… y ahí en general ya empiezo a ver algunas imágenes y lo que propongo suele ser figura humana. Y les pido que posen. Hacemos varias fotos y después en la noche hago el montaje. También escribo, así guardo las palabras que se repiten, etc.”

La paleta de color dialoga mucho con el contexto. Ella hace la diferencia entre muros que susurran y muros que gritan. Los de ella, intuyo, son de los que susurran. Su cromatismo es revelador. Es parte de aquello que trae consigo. En sus colores, que pueden estar en la el arco cromático que sea, (en los verdes, en los rojos, en los fríos o en los terrosos), siempre reconocerás su iluminación y su muy preciso modo de componer el color, siempre rebajado a su mínima expresión, o eso quisiera parecer.

Su paleta no es en absoluto monócroma, pero sus modos de poner los colores se deben más a plantear las tensiones entre luces y sombras que al colorismo. “Hay paredes que susurran, y hay paredes que gritan”, dice… los suyos son de los que susurran, entendemos.

Y en ese modo de hacer recuerda a los pintores que siempre privilegiaron la luz como herramienta para describir al cuerpo humano y el dramatismo de su tensión interna a través de los cuerpos: Caravaggio, Rembrandt, etc. Sus personajes refulgen color, pero también oscuridad. Y podría decir incluso que sus personajes son seres que están en una suave batalla por darse a la luz en medio de la oscuridad en la que se encuentran.

“Hay paredes que susurran, y hay paredes que gritan”

Y allí aparece Agus Rúcula. Ella parte del reconocerse en los pobladores del muro que ha de pintar. Pero ella tiene su mundo y sus preocupaciones muy presentes. Ella llama a eso “el encuentro”. Le gusta pintar a sus personajes encontrándose: en un abrazo, en un momento de amor, en una búsqueda común, en un afán colectivo.

Y por ello la encuentro universal a Agus. Lo suyo no es la identidad a través del fenotipo, ni siquiera pareciera acercarse a lo político desde derroteros que conocemos de sobras. Ella se inventó un camino que seduce por lo único e irrepetible que es. Ella busca en la humanidad local aquello en lo que nos podemos reconocer todxs. Sus mujeres, sus hombres, sus  abrazos, sus primerísimos planos de rostros escrutando amor o humanidad en la mirada del otrx, o hallando la propia verdad en el cuerpo propio o ajeno, como anhelos de algo que nos puede hacer mejores a todos por igual. Imágenes en las que no nos es difícil reconocernos por igual. Lo identitario está presente, lo político, la afirmación de una militancia feminista inclusive, pero todo ello transpira desde su preocupación fundamental que es hallar la humanidad en aquello que de humanos tenemos. Es como si sus personajes emergieran en busca del solitario pero enceguecedor foco de luz con que los ilumina. Como si en ese foco se escondiera la metáfora de una plenitud que es perfectamente comprensible si no lo intentamos poner en palabras, ni identificar desde categoría moral alguna. Agus es una de esas muralistas que necesitamos que existan.

Las opiniones expresadas por las y los autores no necesariamente coinciden con las opiniones de la totalidad de la Comunidad Utopix.

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