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Color Cojímar: crónica de una juntada

El pasado mes de Enero de 2020 ocurrió un encuentro en La Habana. Sin programa, sin institución, ni más apoyo que el aportado por las y los propios involucrados. Los muralistas Kalaka (Chile, Venezuela), Greta McLain (EEUU), Roc BlackBlock (Cataluña) nos encontramos en esa ciudad con el afán de pintar obras de arte mural en la localidad de Cojímar.

En el pueblo permanece la memoria de los años que Hemingway pasó allí. Los turistas llegan a diario a tomarse fotos en el impresionante castillo espoleado por el mar, y en el ágora con el busto del escritor, cuyo techo fue arrebatado por algún huracán. Cojímar, sin embargo, es más que la fama de un escritor gringo, es un trozo de Caribe que explica todo lo que el Caribe significa.

Allí nos esperaba Sekou, el maestro del hip hop cubano, que estuvo organizando la cosa desde la isla, junto a otras personas de la localidad (Ana Luisa, directora del Colectivo Guarida de Sueños, entre otros). Y también nos acompañaban Jaquie, Britt Ruhe.

Decidimos bautizar al encuentro como Color Cojímar. Sin embargo, la ironía se apoderó de nosotros: un laberíntico enredo de sinrazones burocráticas nos impidió pintar al borde de ese mar por donde hasta José Martí se paseó.

Algunos artistas del mismo Cojímar se quedaron con las ganas truncadas de finalizar los muros que ya habían empezado.

Así que mudamos la voluntad al centro histórico de La Habana, donde recibimos la solidaridad de iniciativas sociales y culturales. La principal, el famoso Papito, suerte de patriarca y líder social de la calle Aguiar.

El historial de Papito es de realismo mágico, como todo en esa isla que es de otro tiempo y otro lugar. Desde hace una veintena de años el hombre se encarnizó contra todo lo malo de su comunidad, y echando mano de la destreza que le dio la vida, a saber, su oficio de peluquero, se hizo voz y parte de un esfuerzo colectivo por dignificar lo que ellos dicen era la calle más mierdera de toda la Habana.

Difícil imaginarlo: en pleno enclave hipertrofiado de turismo, Aguiar (el callejón de los peluqueros para los que saben) y sus alrededores, es un recorrido digno, hermoso en donde sus pobladores de siempre conviven con toda naturalidad y fluidez con los espacios para los turistas. Es un lugar donde la dignidad no se negocia. Allí la gente es cálida y conocen la ternura, lo cual es mucho decir en una isla que desconoce el maltrato y la atroz violencia que en el resto del mundo tenemos normalizada. En Aguiar son una comunidad, en todo el sentido de la palabra.

Los vecinos nos abrieron sus puertas para que Greta y Kalaka pintaran un mural en una suerte de cadáver exquisito visual y Roc realizó un par de intervenciones en plena calle en los portales de las casas de otros habitantes del callejón.

Sekou inauguró con su música y su performance las obras. Allí cantó codo a codo con Felipe, uno de los chicos con discapacidad que reciben formación gratuita en la escuela de peluquería de Papito.

Allí también conocimos a Veguita, un señor de 82 años, afable y calmado como enseña el tempo de la isla, que fue entre otras cosas, responsable de organizar el sistema de distribución alimentario que se rige en la isla desde hace más de cuarenta años (la cual está inscrita de modo indeleble en el imaginario colectivo en la tarjeta de racionamiento).

Roc pudo realizar una pintada más en otro espacio público, en otro extremo de la Habana Vieja.

Resulta difícil cuantificar el grado de felicidad y aprendizaje que hubo entre todos los involucrados. Está la intención firme de reeditar el encuentro, invitando a más artistas, en un futuro que no será muy lejano.

La Habana es una ciudad que poco a poco se ha ido abriendo a un cosmopolitismo que le era ajeno. A su modo caribe, a su modo mágico, a su modo de isla que convive consigo misma y crece conteniendo a sí misma por mares, vientos y más agua, ese cosmopolitismo siempre parece terminar siendo abducido por sus muy específicos modos y maneras. Ahora ves hipsters por todos lados, pero son hipsters caribes, muy a la cubana. A la ciudad le empiezan a nacer enclaves donde abunda el muraleo, como le pasa a Buenos Aires con San Telmo o Palermo, a Santiago con Yungai o a Ciudad de México con la Colonia Doctores. De acá a unos años, La Habana será uno de esos puntos de inflexión donde los muralistas del mundo se juntan para pintar. Como efectivamente, hicimos nosotros.

Si algo quiso aportar esta iniciativa al naciente pero potente muraleo habanero, es el modo de insertarse y actuar desde lo comunitario, y ello se debe al mal del que padecen estos tres artistas al mismo tiempo: vienen de un muralismo que no se comprende ajeno al lugar donde se realiza. Un arte que no se comprende sin conocer antes, en la medida de lo posible, a los habitantes y usuarios del espacio donde se realizará. Unos lo llaman arte comunitario, otros muralismo contextual. Por este mal que nos aqueja, las obras que se hicieron en esta oportunidad no habrían podido realizarse en ningún otro lugar.

Si algo quiso aportar esta iniciativa al naciente pero potente muraleo habanero, es el modo de insertarse y actuar desde lo comunitario

Puesto que el proyecto se sigue llamando Color Cojímar, esperamos que el poblado que quiso y no pudo tener murales, en un futuro próximo pueda ser llenado de arte y color. Y podamos, así, reencontrarnos con los artistas locales y darle forma a la motivación con que iniciamos toda esta aventura.

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5 comentarios en «Color Cojímar: crónica de una juntada»

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    Que hermoso, Cuba, ejemplo en las artes, ejemplo de todos los campos de la actividad social, cultural, científica, filosófica y sobre todas las cosas, humana, les pido al mundo que se abran a Cuba, que descubran lo que realmente Cuba es, descubrirán algo asombroso, humano, calido y merecedor de nuestro respeto y amor que está isla llamada Cuba, encierra. Viva Cuba, mi más sincera admiración, Ricardo desde Australia,

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