«Declaro que por hogar nacional judío entendemos la creación en Palestina de condiciones que nos permitan establecer de 50.000 a 60.000 judíos al año y asentarlos en la tierra. Además, las condiciones deben ser tales que se nos permita desarrollar nuestras instituciones, nuestras escuelas y la lengua hebrea, y que, en última instancia, existan condiciones tales que Palestina sea tan judía como América es americana e Inglaterra es inglesa».
(Chaim Weizmann, Londres, 1919)
En 1914, el Imperio Otomano y la Alemania Imperial formaron una alianza militar y entraron en guerra contra el eje anglo-francés: fue el estallido de la Primera Guerra Mundial. Este fue un punto de inflexión decisivo para la Palestina bajo dominación otomana, ya que fue durante esta guerra que Gran Bretaña, la potencia internacional hegemónica de la época, tomó conciencia de la importancia estratégica de esta región, estimulando una convergencia de intereses con el movimiento sionista internacional.
Este interés estratégico obedecía a dos razones principales:
En primer lugar, en el contexto de la «Gran Guerra», los británicos estaban convencidos de la importancia del papel que los judíos podían desempeñar en seno a las administraciones estadounidense y soviética para animar a estos dos países a entrar en la guerra junto a los Aliados, considerado necesario para proteger los intereses imperiales británicos frente a la amenaza alemana. La idea era que, apoyando el proyecto sionista, los judíos de esos países hubieron defendido y promovido los intereses británicos. Por cierto, se trataba de un cálculo que sobrestimaba el apoyo unánime de los judíos de todo el mundo al proyecto sionista (muy débil aun), así como su influencia en el seno de las distintas administraciones estatales. Sin embargo, estas consideraciones llevaron al gobierno de Reino Unido a acercarse a las exigencias del movimiento sionista.
En segundo lugar, a la orden de un cálculo geopolítico, la ampliación de la esfera de influencia británica a Palestina también permitiría asegurar los intereses británicos en Oriente Medio. En efecto, nos situamos en la época del descubrimiento de numerosos yacimientos de petróleo en la región, recurso que obviamente, en tiempo de guerra y de desarrollo del proceso de acumulación capitalista, alimenta los apetitos de las grandes potencias. Además, Palestina representaba una zona tampón entre el Canal de Suez (Gran Bretaña ocupaba Egipto desde 1882) y los territorios bajo influencia francesa, potencia hegemónica en Oriente Medio en esos tiempos. Cabe recordar que, a pesar de una circunstancial alianza en función anti-alemana durante la guerra, las dos potencias se enfrentaban en una especie de guerra fría inter-imperialista, en la que Gran Bretaña pretendía impedir la expansión francesa en la región para asentar allí su dominio.
A la orden de un cálculo geopolítico, la ampliación de la esfera de influencia británica a Palestina también permitiría asegurar los intereses británicos en Oriente Medio.
La gran inflexión: la Declaración Balfour
El gran acercamiento entre británicos y sionistas fue también el resultado de la intensa labor de redes y “lobby” de una de las figuras más importantes e influentes del sionismo político: Chaim Weizmann. Se le considera la figura clave de la transición británica a favor del sionismo. Arthur Balfour (Ministro de Asuntos Exteriores) y Lloyd George (Primer Ministro), entre otros, abrazaron la causa sionista después de que Weizmann les asegurara el firme apoyo del movimiento sionista a los intereses estratégicos británicos en la región.
Fue precisamente en este contexto que tomó forma la Declaración Balfour del 2 de noviembre de 1917. Con ella, Gran Bretaña brindaba su apoyo inquebrantable al establecimiento de un «hogar nacional para el pueblo judío» en Palestina: un punto de inflexión para el proyecto sionista, que obtuvo así el reconocimiento y la legitimidad internacionales que tanto había anhelado.
«Estimado Lord Rothschild, tengo el gran placer de transmitirle, en nombre del Gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones judías sionistas, que ha sido presentada y aprobada por el Gabinete.
»El Gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará todo lo que esté en su mano para facilitar la consecución de este objetivo, quedando claramente entendido que no se hará nada que perjudique los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina ni los derechos y el estatus político de que disfrutan los judíos en cualquier otro país.»
Le agradecería que pusiera esta declaración en conocimiento de la Federación Sionista».
Arthur James Balfour, Ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña
La Declaración Balfour allanó el camino para la migración masiva de judíos a Palestina y el desarrollo de instituciones y estructuras reservadas a esta población; dos condiciones necesarias para la creación del embrión de Estado judío. Cabe señalar que la Declaración contradecía los compromisos contraídos por los británicos con las potencias árabes durante la guerra, tal y como aparecen en la correspondencia entre Sir Henry McMahon (Alto Comisario británico en Egipto) y Hussein ben Ali (Sheriff de La Meca). En esencia, los británicos prometieron reconocer la independencia de un gran reino árabe soberano, encabezado por la dinastía hachemita.
La Declaración Balfour allanó el camino para la migración masiva de judíos a Palestina y el desarrollo de instituciones y estructuras reservadas a esta población.
Las verdades de la Comisión King-Crane descartadas
En el verano de 1919, Estados Unidos creó la Comisión de Investigación King-Crane para las zonas del antiguo Imperio Otomano. Su objetivo era llevar a cabo un análisis de la situación étnica y social en los distintos países y recabar información sobre los deseos de los diferentes pueblos. Al examinar la situación en Palestina, la Comisión hizo inmediatamente algunas observaciones edificantes. En su informe, King y Crane describen el proyecto sionista como un plan «extremista» que debe modificarse para que puedan respetarse los derechos de todos los pueblos que viven en Palestina. El informe subrayaba que casi toda la población no judía (que representaba la inmensa mayoría) se oponía firmemente al proyecto sionista y que había que tenerlo en cuenta.
Un análisis de la situación diplomática y geopolítica del momento revela que esta comisión reflejaba las contradicciones entre las posturas estadounidense y británica. Manifestaba las intenciones de Estados Unidos en el nuevo mundo de posguerra, en el que la Sociedad de Naciones (SDN) -concebida por el presidente Woodrow Wilson- se había imaginado como una organización para superar la era colonial y promover el libre comercio a escala mundial. Por estas razones, Estados Unidos se negó a apoyar la política británica y, a través de la Comisión King-Crane, intentó incluso obstaculizarla.
Sin embargo, como veremos en los artículos siguientes, cuando llegó el momento de considerar el «sistema de mandatos» de la SDN, ninguna de las consideraciones de la Comisión King-Crane fue tomada en cuenta, ni por Gran Bretaña ni por la organización internacional. La ausencia de Estados Unidos de la SDN, decidida por votación del Congreso estadounidense en noviembre de 1920, y la influencia de los británicos dentro de la misma, hicieron que el informe fuera completamente ignorado. Esta situación sólo podía satisfacer los intereses coloniales-imperiales conjuntos del movimiento sionista y de Gran-Bretaña. El camino estaba ahora libre para el control colonial total de Palestina…
NOTAS
1. Para entender lo que está en juego, veamos lo que ocurrió con los famosos acuerdos Sykes-Picot de 1916. Según estos acuerdos, en el momento de la hipotética desarticulación del Imperio otomano, Gran Bretaña debería haber tomado posesión formal del territorio que actualmente comprende Irak, Kuwait y Jordania. Francia debería haber tomado posesión de parte de Anatolia, Líbano y Siria. Palestina, por su parte, debía haber quedado bajo administración internacional. De hecho, cuando los otomanos fueron derrotados, Gran Bretaña ocupó Palestina «violando» esta cláusula del acuerdo. De este modo, la potencia británica se aseguraba una protección total en torno al Canal de Suez, situado en entre Egipto y Palestina, dos zonas bajo su control y supervisión. Un plan que servía de obstáculo a los planes hegemónicos de Francia en la región, en consonancia con las intenciones británicas de hacerse con el control estratégico de Oriente Próximo, con la visión geopolítica más amplia de asegurar la ruta hacia la India y el acceso a las materias primas recientemente descubiertas en la región. Para lograrlo, primero fue necesario asegurar la creación de zonas tapón alrededor de la península arábiga, para contener así la expansión de la familia Saud, dinastía iniciada en la década de 1930. Esto se consiguió mediante el control de Jordania e Irak en el norte, los protectorados sobre Yemen y Omán en el sur, y los vínculos comerciales cada vez más estrechos con Kuwait, Baréin y Qatar.
2. Correspondencia entre McMahon y Hussein, julio de 1915 – marzo de 1916, op.cit, Archivos de la ONU, Ginebra.
3. La dinastía hachemita fue, en su día, la guardiana de los lugares santos de La Meca y Medina.
4. Recomendaciones de la Comisión King-Crane con respecto a Siria-Palestina e Irak, agosto de 1919. Página web de documentos de la ONU sobre la cuestión de Palestina. http://unispal.un.org/UNISPAL.NSF/0/392AD7EB00902A0C852570C000795153
Publicado originalmente en Voix Populaire.