«Si yo fuera un dirigente árabe, nunca firmaría un acuerdo con Israel. Es normal, hemos tomado su país. Es cierto que Dios nos lo prometió, pero ¿por qué debería importarle al pueblo israelí? Es normal, hemos tomado su país. Es cierto que Dios nos lo prometió, pero ¿por qué debería importarles? Nuestro Dios no es su Dios. Hubo antisemitismo, los nazis, Hitler, Auschwitz, pero ¿es culpa suya? Sólo ven una cosa: vinimos y les robamos su país. ¿Por qué deberían aceptarlo?».
(David Ben-Gurion, Primer Ministro israelí, citado por N. Goldmann en «Le Paradoxe Juif», pp. 121)
En los años 1870-1880, tras un periodo de emancipación gradual en el contexto de la Ilustración, las comunidades judías europeas se vieron sacudidas por el violento auge del racismo antijudío. Este suceso fue el preludio de la transición del protosionismo al sionismo político, que allanó el camino al proyecto de colonización de Palestina.
El auge del antisemitismo en Europa occidental y oriental se produjo a raíz de dos acontecimientos históricos en los que los judíos fueron los nuevos chivos expiatorios: el asesinato del zar ruso Alejandro II en 1881 y la primera gran crisis económica y financiera del capitalismo moderno, la llamada Gran Depresión (1870-1890).
Cabe señalar que, mientras que en Europa occidental el racismo antijudío adoptó una forma más bien institucional (véase el caso Dreyfus en Francia, 1894-1906), en Europa oriental, donde las comunidades judías habían permanecido bastante ajenas a la dinámica emancipadora generada por la Ilustración, este racismo se caracterizó por una violencia sin precedentes.
Prueba de ello fueron los pogromos1 que se produjeron en Europa del Este, y especialmente en Rusia, entre 1881 y 1882. Estos actos desencadenaron oleadas de inmigración (los aliot) que llevaron a más de dos millones de judíos a Europa occidental, Estados Unidos y Palestina.
La afirmación del sionismo político
Este clima de odio y violencia fue un caldo de cultivo para el desarrollo del nacionalismo judío. El propio Theodore Herzl, padre del sionismo político, afirmó que la explosión antisemita del siglo XIX fue el punto de inflexión decisivo para el mundo judío2. Además, como mencionamos en la primera entrega de estos artículos, la conciencia nacional judía también se forjó gracias a la labor de la reinterpretación histórica y religiosa, que acabó dando forma a la legitimidad moral del pueblo judío para regresar a su supuesta patria, la tierra que Dios había prometido a Abraham en la Biblia.
El clima de odio y violencia en Europa fue un caldo de cultivo para el desarrollo del nacionalismo judío.
Así, en su obra fundamental sobre el sionismo político, El Estado judío (1896), Herzl afirmó que el problema judío era ahora de naturaleza nacional y que su integración en sus correspondientes Estados nacionales estaba condenada al fracaso. Sin su propio hogar, los judíos nunca podrían vivir en paz3.
Al año siguiente, gracias a la buena acogida de estas tesis, Herzl convocó el Primer Congreso Sionista Mundial en Basilea (Suiza), donde se fundó la Organización Sionista Mundial. En el Segundo Congreso Sionista Mundial, celebrado en 1898, la organización llegó a la conclusión categórica de que sería posible crear un hogar nacional judío mediante la colonización de Palestina, que en aquel momento se encontraba bajo el dominio del Imperio Otomano. El objetivo del movimiento sionista era claro: desarrollar estructuras básicas en Palestina para crear el embrión de la futuro hogar judío.
Cabe señalar que durante este periodo, a pesar del título del libro de Herzl, el movimiento sionista nunca habló de “Estado judío”, es más, el término utilizado habitualmente era siempre “hogar”. La indefinición de este término se explicaba por la falta de unanimidad dentro del movimiento sionista en torno a su proyecto. Este vacío terminológico es más que comprensible ya que, en el siglo XIX, no se daban las condiciones idóneas para crear una entidad nacional independiente en Palestina por varias razones: el número de judíos que vivían en Palestina era demasiado reducido y el movimiento no gozaba aún de legitimidad internacional. Sin embargo, esta situación cambiaría en el periodo de entreguerras con la entrada a escena de Gran Bretaña y la formalización del proyecto nacional sionista.
Esta sucesión de acontecimientos abrió entonces la puerta al desarrollo de una estrategia migratoria planificada, basada en un plan de colonización y asentamiento en Palestina, que era el elemento principal del proyecto sionista.
En el Segundo Congreso Sionista Mundial, celebrado en 1898, la organización llegó a la conclusión categórica de que sería posible crear un hogar nacional judío mediante la colonización de Palestina.
Los inicios del enclave sionista en Palestina
A la luz de este contexto histórico que subyace al nacimiento del sionismo político, es interesante observar la diferente naturaleza de las diversas olas de inmigración judía a Palestina. Las primeras oleadas (1882-1903) se inspiraron en gran medida en un sentimiento religioso: el retorno del pueblo judío a la tierra prometida. Las siguientes oleadas (1904-1914) estuvieron más influenciadas por las ideas socialistas; fue en esta época cuando se crearon los primeros kibbutz, inspirados por las experiencias y las ideas colectivistas del comunismo. A partir del periodo bajo dominio colonial británico, y en particular tras la Declaración Balfour (1917), que tratamos en el próximo artículo, la inmigración judía adquirió definitivamente rasgos nacionalistas: los colonos se trasladaron a Palestina con el objetivo de colonizarla y construir un “hogar nacional judío”.
Al principio, los asentamientos judíos eran más rudimentarios, luchaban por desarrollarse y modernizarse y, en seguida, por imponerse a la sociedad palestina autóctona. Eran asentamientos rurales y privados de un apoyo financiero sólido e incisivo.
El proyecto de colonización se hizo tangible gracias a la participación de los grandes filántropos sionistas, como el barón Edmond de Rothschild, quien, gracias a su inmensa fortuna, estableció un auténtico monopolio colonial en Palestina. Y así, en los albores del siglo XX, los asentamientos coloniales se multiplicaron, modernizaron e institucionalizaron, a la espera de la legitimación internacional que les proporcionara la fuerza y la autonomía a las que aspiraba el movimiento sionista.
NOTAS
1. Masacre, aceptada o promovida por el poder, de judíos y, por extensión, de otros grupos étnicos.
2. Théodore Herzl, El Estado judío, Jerusalén, Rubin Mass, 1946, p. 21.
3. Théodore Herzl, El Estado judío, Jerusalén, Rubin Mass, 1946, p. 9.
Publicado originalmente en Voix Populaire.