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Identidad y revolución

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Desde esa pérdida, mi escritura se siente frenética. Mi mano que escribe, ansiosa. Siento ansiedad con cada palabra, esperando para sacarlo: mis pensamientos y mis ideas, mi historia. Tengo miedo que al terminar este texto la policía del pensamiento llegue para sumar esto a su colección (mi colección) sobre mi. Por eso me disculpo si alguna vez les gustaron mis escritos y ahora pareciera que no soy yo. Porque sí soy yo, años después, luego de pasar un año en confinamiento solitario sin fin a la vista.

Luego de ser colocado en “strip” (cuando los puercos me quitan toda la ropa y posesiones como castigo), luego de perder a mi pareja, luego de volverme loco varias veces. Luego de ser fumigado con botellas de agentes químicos. Luego de perder camaradas, luego de conocer y ganar camaradas, luego de volver a descubrir el amor. Luego de perder y cambiar tantas de mis filosofías y conquistar nuevas perspectivas. E incluso después de amarrar una sábana en mi cuello. Voy a intentar escribir sobre todo esto. Probablemente será una serie de ensayos y conversaciones. He llegado a pensar que debo echar todas mis palabras por la poceta, todos los días. Me preocupa que mañana ya no lo tenga. ¿Todavía existirá? ¿Alguna vez será transcrito? ¿Alguien descubrirá quién soy? ¿Y qué coño importa?

Este ensayo es sobre mí, sobre las contradicciones que enfrento. Las cosas que voy aprendiendo. Este es el maldito salvaje que se ve en el espejo. Esto no será un recuento cronológico de mi vida, sino una visión dispersa. Y espero que, al final, ustedes y yo tengamos una idea de quién soy. Pero no tengan grandes expectativas, porque podemos incluso estar más confusos al final del artículo de lo que estábamos al principio. Entonces, acompáñenme.

¿Alguna vez se han sentido como impostores? Nunca supe lo que era el síndrome del impostor hasta hace poco. Me he sentido un mentiroso en mi piel. Mi piel.

Volvamos un paso atrás. Nací en Los Ángeles, California, hijo de una colombiana que no hablaba inglés y un padre blanco, un liberal hippie irlandés. Toda mi vida la pasé cerca de mi familia colombiana, una familia enorme. Algunos sin documentos, otros aferrados al “sueño amerikkkano” para luego terminar saliendo de estados unidos, pero todos colombianos p’al coño, sea lo que sea que eso signifique. Mi padre blanco siempre se aseguró de que yo supiera que étnicamente era latino, que debía sentir orgullo de esa cultura. Esto fue así hasta el divorcio, una batalla sumamente fea que nos enfrentó a mi y a mi hermana, siendo obligados a elegir un bando. Era ser “latino” y mestizo con mi mamá y quedarse en el barrio donde había crecido, o ser blanco y vivir con mi papá en lo que parecía ser el otro lado del mundo.

Tenía 10 años en esa ocasión, y elegí a mi mamá y a mis amigos. Mi papá guardó ese rencor durante la mayor parte de mi vida. Durante un año vivimos bien con el dinero que mi mamá recibió en el divorcio, pero su falta de inglés y de una “educación americana” la lanzaron al desempleo. Terminamos mudándonos para otra zona, que me encantaba: el barrio afro-caribeño y latinoamericano donde estaba yo y los panas [NdT: en el original, “homies”]. ¿Por eso me quedé, no?

En el barrio, creciendo en medio de una fusión de culturas y bandas latinoamericanas y afro-caribeñas, yo, como muchos otros, pensaba que las diferentes variantes de latinoamericanos, hispánicxs, chicanxs eran parte de una raza. La raza mestiza [NdT: brown race]. Toda mi vida, imaginé que ser  colombiano era sinónimo de ser mestizo. Y cuando digo toda mi vida, son tan solo 30 años. En mi vecindario, todos teníamos el pelo rizado, peinados afro y trenzas. Todos hablábamos un español machucado que nuestras madres odiaban. Cuando los puercos llegaban nos esposaban a todos, nos quitaban las bandanas, nos caían a coñazos. Y juntos nos quedábamos, empezando a creer en una especie de fuerza mestiza. Yo pensaba que “mestizo” significaba “diáspora latinoamericana”. Pensaba que significaba “no ser negro, pero tampoco blanco. Todo el resto. Yo y los panas.”

Preso pocos días después de cumplir 17 años, condenado a cadena perpetua, yo hice lo que hace la mayoría de los jóvenes latinoamericanos, negros y mestizos: juntarse a una banda en la cárcel. Siempre estuve en bandas de jóvenes latinoamericanos y afro-caribeños en los barrios, desde que tenía unos 11 años. Pareciera que este era mi destino: sumarme a la banda latina más grande en ese momento. Fui bien acogido – luego de una prueba de valor y algunas misiones, claro.

Aquí fue donde me empecé a radicalizar. Aquí fue cuando la ideología de una fuerza mestiza, un frente unido latinoamericano, empezó a tomar forma. En mis ojos solo había dos luchas, la lucha negra contra los llamados estados unidos, y la lucha mestiza/latinoamericana contra los llamados estados unidos. Y el frente de “lucha” era la gente que el Estado criminalizaba por el color de su piel o su etnia, la gente desplazada del Sur Global. Gente pobre, negra y mestiza, que tenía que aprender a sobrevivir como fuera. Del otro lado estaba la supremacía blanca.

Aunque mi padre era blanco, yo nunca me pensé o me vi como blanco. Tenía el pelo rizado, no lacio como el suyo. Mi piel se ponía morena con el sol, no se quemaba como la suya. Mis ojos son marrones, los suyos azules. Mi pelo es marrón, no claro como el suyo. Para él, yo era solo la carga de un cheque de manutención infantil. Yo era todo lo que él no era. Entonces tenía que ser latino. Tenía que ser mestizo, ¿no? Los puercos nunca me trataron como blanco. El Estado nunca me dio un respiro. Me envió a programas juveniles y centros de detención desde mis 12, 13 años. Todo el mundo en mi escuela era negro o mestizo. En séptimo grado recuerdo que era cacheado todos los días al bajarme del autobús. La policía vigilaba mi escuela. Tengo un tono de piel más claro que algunos de los panas mestizos, más aún después de mucho tiempo en confinamiento solitario, pero no soy blanco, ¿o sí?

Hace unos años me metí en Twitter. Empecé a ser invitado a algunos debates radicales por mis publicaciones radicales. Me sumé a un colectivo de mentes radicales liderado por presos y empecé a aprender sobre la revolución en profundidad. Los camaradas apoyaron mis posiciones y me ayudaron a pulir mi teoría radical. En este punto de mi condena, ya he sufrido años de tortura, física y mental, por parte de los puercos que dirigen la prisión. Me lanzaron en las unidades SHU (alto nivel de seguridad y vigilancia mientras confinado por largos periodos de tiempo) supuestamente por mi posición de liderazgo. Estudié a George Jackson y al Che Guevara. Apoyé a la Franja de Gaza y a Cuba. Me volví anti-imperialista p’al coño.

Empecé a darle forma a mis ideas, como la “abolición del complejo esclavista prisional-industrial”, pero en este punto aprendí también que los latinoamericanos o “latinos” no son una raza. La raza mestiza en que creí durante muchos años no existe. La identidad “latinoamericana” – creada por el colonizador europeo – amalgamó tribus, países y razas, sin dejar espacio para la autodeterminación, para las experiencias vividas en el hemisferio de la Isla de la Tortuga [NdT: nombre indígena para el planeta] y para los pueblos desplazados en América del Norte.

También me empecé a dar cuenta de que nosotros – la diáspora latinoamericana – tampoco estamos todos del mismo lado cuando se trata de ideología política. Yo pensaba que ser mestizo y latinoamericano implicaba luchar contra la supremacía blanca, los colonizadores y el imperialismo, pero me di cuenta que no era así para todos los latinoamericanos. Quizás en el fondo ya lo sabía. No se imaginan cuantos de mis hermanos eran anti-negros. Muchos sonaban como supremacistas blancos, sus familias odiaban a Fidel y al Che, a los socialistas y comunistas. Reivindicaban su herencia de los conquistadores españoles.

Para mi era muy confuso, porque les llamaba hermanos pero nuestras creencias eran tan diferentes. Excepto cuando había un motín racial en el patio de la prisión, ahí todo el mundo sabe de qué lado está. Coño, hoy día ya ni siquiera sé si el término “motín racial” es correcto. Porque en la cárcel, los latinos, sea cual sea su raza, siempre se han juntado. “Mi Gente.” Esto era lo que yo creía que significaba la raza mestiza.

Pero aún con estas revelaciones, me seguía identificando como mestizo. Apoyaba a la liberación negra, los marxistas negros, los anarquistas negros desde un punto de vista de lucha mestiza del tercer mundo. Me proclamaba un internacionalista con una visión de los objetivos del tercer mundo, y un líder de los movimientos mestizos en la cárcel. Era anti-colonialista, anti-racista, anti-capitalista, anti-imperialista, anti-supremacía blanca, con unos cuantos “antis” más. Ustedes entienden la idea.

Ya he pasado un año en confinamiento solitario, un año de represión – esta vez no por mi supuesta participación en una banda sino por mi posición política radical. Un año atrapado en una celda, quizás con 20 horas de sol a lo largo de 13 meses. No sé si fue el espejo en mi pared o el espejo en mi cabeza que me empezó a susurrar que no soy mestizo. Que nunca he sido mestizo. Que soy un tipo de piel clara ocupando espacio y que nadie necesita, que todas las palabras que he escrito son mentira, que si los camaradas te ven ahora quedarás expuesto. Verán que eres un impostor que no debe escribir una palabra más ni dar una entrevista más. Que debes volver a ser un gangbanger, porque quizás eres todo lo que dices odiar. El movimiento no necesita tu voz. Y este vórtice en mi cabeza se ahonda, se pone más oscuro con cada pensamiento. Llegué a un punto en mi vida en el que estaba listo para dejar todo por lo que había trabajado, porque no quería ocupar un espacio al cual no pertenecía.

Sin embargo, antes de hacer algo imprudente, siempre llevo mis ideas a los camaradas que me son cercanos, que me ayudaron a formar mis ideas radicales, que siempre me han apoyado. También hablo con mi pareja, un camarada revolucionario negro “New Afrikan” y afro-caribeño. Y fui bombardeado con tantas interrogantes para tratar de entender esto. “¿Quién soy? ¿dónde encajo?” Preguntas sobre mis ideas de raza, color, cultura, posiciones políticas; preguntas sobre xenofobia anti-latinoamericana en los llamados estados unidos, sobre la diáspora latinoamericana y las culturas indígenas.

Algunos camaradas expresaron dudas similares, otros dijeron que me dejara de pendejadas. Uno me dijo “nunca te he visto como un tipo blanco, deja la locura.” Y todos insistieron en que escribiera. Que escribiera esto. No sé qué esperaban, ni siquiera sé si esto tiene sentido. No estoy seguro de que haya resuelto nada.

Entonces, ¿quién soy? Intentemos nuevamente. Soy un gangbanger anti-colonialista, anti-imperialista, anti-racista, anti-supremacía blanca. Soy un preso politizado y radical, luchando contra el monstruo con cada suspiro. Soy un abolicionista. Un simpatizante de la liberación negra. Soy un revolucionario del tercer mundo, mestizo, latinoamericano, colombiano. Y quizás después de un año en el “hueco” tenga el tono de piel claro que es más aceptable. Pero sé que en 33 años nunca nadie me ha dicho que no soy mestizo, o me ha pedido que dejara de decir que lo era, o que lo soy. Voy a cerrar el texto con algo que me tengo que recordar a mi mismo todo el tiempo: como todo en el complejo penitenciario, hasta los espejos mienten.

Texto: komrade underground*. Ilustraciones: Daniel González. Traducción: Ricardo Vaz

Utopix desarrolla una colaboración con el Imprisoned Abolitionist Collective (IAC) para producir contenidos sobre luchas pasadas y presentes para distribuir en cárceles norteamericanas. El IAC es un grupo de personas encarceladas comprometidas a luchar contra el opresor complejo industrial-penitenciario en EEUU.

*komrade underground es un preso revolucionario del tercer mundo, guerrillero urbano, estudiante de la filosofía del dragón.

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