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La ocupación israelí de Palestina se caracteriza por dos grandes elementos: violencia e impunidad. Y uno de los episodios que mejor lo ha demostrado fue la masacre de Sabra y Shatila.
En junio de 1982, el ejército israelí invadió el Líbano, que se había convertido en la principal base de operaciones de la Organización por la Liberación de Palestina (OLP). Luego de varias semanas de combate, la llamada Fuerza Multinacional en Líbano, con tropas norteamericanas, inglesas, francesas e italianas, medió un cese al fuego y la retirada de la OLP el 30 de agosto.
En medio de un contexto turbulento en Líbano, en plena guerra civil (1975-1990) donde intervenían actores externos como Siria, la ausencia de la OLP dejó indefensa a la numerosa población palestina en el país, especialmente en Beirut. Estaban reunidas las condiciones para una masacre.
Entre el 16 y el 18 de septiembre, las Falanges libanesas, una organización paramilitar cristiana de extrema derecha apoyada por Israel, perpetró una matanza en los campos de refugiados de Sabra y Shatila en Beirut. La excusa, demostrada como falsa, es que había guerrilleros “escondidos” allá.
El ejército sionista fue más que un testigo de la masacre, sino que bloqueó las salidas de los campos y disparó bengalas para iluminar el terren de noche y permitir que continuaran los asesinatos masivos de civiles palestinos, así como algunos libaneses chiitas.
En total, se estiman entre 800 y 3500 víctimas mortales, una parte cuyos cuerpos fueron identificados y otros simplemente desaparecidos. Sabra y Shatila son un episodio especialmente negro en un largo historial de crímenes cometidos contra el pueblo palestino. Un episodio que, como todos los otros, quedó en la impunidad. Con la liberación de Palestina llegará la justicia.
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Redacción: Ricardo Vaz. Ilustración: Kalia León.
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